jueves, 20 de enero de 2011

¿Hasta la victoria siempre? (Libertades)


Son las cuatro de la tarde pasadas y hace un calor que empapa. De esos que abren los poros de la piel. No sólo por el sol que quema, sobre todo por la humedad. Paseando en el Malecón corre una brisa que apenas se nota pero se agradece. Está a reventar de familias enteras de cubanos bañándose en las piscinas artificiales que ha excavado el agua en las rocas. Todo bajo la banda sonora de un par de negros prietos de pelo blanco, con guitarra y trompeta.

Apoyados en el muro que separa el paseo de las rocas y el mar hay un grupo de tres cubanos y dos extranjeros que se van pasando una botella de ron.

Baja la voz Reibert, le avisa su amigo mirando a un policía que avanza hacia ellos a unos metros de distancia. Reibert acaba la frase con algo como “esto ya no se aguanta, muchacho, no es fácil”, pero conteniendo la excitación de hace un par de segundos. Y aún le da tiempo de cambiar de tema y decir alguna bobería mientras el policía llega hasta ellos. No les ha oído. Se planta delante, mira a los extranjeros y les pide los papeles a los cubanos. ¿Qué andan con extranjeros? Nada, dándole a la muela. Mire somos estudiantes, y los tres enseñan el carné. El policía, serio, les hace un repaso de arriba a bajo. Luego escudriña a los dos extranjeros, que han quedado en un segundo plano. Está bien, dice mirando otra vez a los cubanos. Y se va. No se preocupen hombre, esto es normal.Pero cuando ven que somos estudiantes nos dejan tranquilos. Es para la seguridad de ustedes, porque hay mucha gente mala que sólo quiere molestar a los yumas, y son como piojillos que se les pegan y no les dejan. Miren allá, en esa farola. Saluden a la cámara. Los extranjeros levantan la cabeza y no alcanzan a descubrir si se trata de verdad de una cámara.

La vigilancia: una de las vertientes de la restricción de libertades. O puede que más bien el recuerdo de esa vigilancia, que convierte a los cubanos en personas desconfiadas y agrava la sensación de represión. Porque a veces son ellos mismos quienes la ejercen delatándose entre sí o delatando al extranjero por miedo a lo que les pueda pasar a ellos. Sin embargo, eso sólo sucede cuando hay cámaras o grabadoras de por medio. Si no, no temen hablar. Si les preguntas es fácil oírles despotricar de Fidel y su hermano Raúl, a quién describen como alguien más bruto, un militar con menos inteligencia y visión a largo plazo que Fidel. Y eso da qué pensar. Sus reproches van básicamente dirigidos a los gobernantes, pero pocos dicen nada en contra de la Revolución. Es más, la defienden, pero una versión de la Revolución adecuada a nuestros tiempos.

Uno de los ejemplos de esa crítica sin tapujos es el grupo de rap cubano Los Aldeanos. Las letras de sus canciones demuestran que pese a no tener pelos en la lengua es posible seguir cantando en su país, componer y colgar sus temas en internet para que, ellos sí, puedan viajar por el mundo. Es cierto que han disuelto más de una vez conciertos suyos, pero ellos siguen en libertad en su barrio de Nuevo Vedado, en la Habana.

Aunque sí, se trata de una dictadura. Hay elecciones municipales y generales donde la gente vota y el sistema representativo y vertical con diferentes niveles, del municipio a la Asamblea Nacional, parece dar el máximo de voz al pueblo. Pero la realidad es que a fin de cuentas hay un único partido y además la burocracia paraliza la mayoría de proyectos que puedan surgir desde abajo. Sin embargo, cuando condenamos dicha dictadura deberíamos hacerlo habiendo reflexionado previamente sobre las características reales de nuestras democracias.

Las libertades están restringidas, las dificultades para salir de la isla lo ponen de manifiesto. Y eso es algo grave porque se convierte en una arma contra ellos mismos, haciendo que muchos cubanos sientan que viven, en palabras de alguno de ellos, “en una cárcel gigante, como la de Alcatraz, rodeada de agua”. Aunque bastantes de los que han conseguido salir en busca de una vida mejor, pasan los días permanentemente añorados, no sólo de sus familiares, sino de su tierra, de su gente, de su música y de su manera de vivir y entender la vida. Aseguran que si la situación económica fuera otra, volverían sin pensarlo dos veces. Prefieren Cuba y a los cubanos antes que el yuma y eso demuestra el valor intrínseco que posee su isla.

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